Daniela Bastías

Daniela Lourdes Bastías nació en el Valle de Uco (provincia de Mendoza) en 1995, donde reside actualmente. Durante el año 2020 dos de sus poemas fueron publicados en la colección Dos poemas de Ediciones Arroyo (Santa Fe) bajo el título “¿Te cantaban las cosas?”.
Poemas
Es la mañana.
Miro hacia afuera y digo: creo
en la poesía. No requiero
que ella crea en mí.
Esto es la fe.
A veces tengo la sensación
de haber olvidado cómo vivir. Las flores
silvestres tienen un don. Me quedo
observándoles de manera que
viva en mi su don.
Hemos perdido los dones. La posibilidad
de entrar en el lenguaje de las cosas y no
explicarlo ni desear
explicarlo.
Hablar es inútil siempre que no se esté
en un estado de profunda fascinación.
Todo lo que he visto en mí es inútil, lo que he tocado
también lo es. He visto a una mujer peinar
la pequeña melena de su hijo mientras él duerme
en una profunda comunión con su
respiración, usa su voz en un canto
ligero, es blanco, apenas
audible y sin embargo
nace en el aire, se mueve, sí, he visto
qué pocos están en la vida y yo
no he estado en la vida. Apenas de una imagen
tengo memoria, una impresión física, un
color: los rayos
abren mi piel sobre una cuesta.
Una forma conjunta del mundo
se mueve entre los montes azules
en tierna floración. ¿Has observado
la luz del mediodía y te has
preguntado si existe todavía un mundo
capaz de tolerar tanta voracidad, tanto amor
de nosotros por nosotros, pasión
de tontos, te lo has
preguntado?
Toda luz, también, tiene un don. Observo
la luz del mediodía de forma
que viva en mi su don. Yo pasaré pronto.
Esta luz que experimento ahora y que
también mis órganos experimentan
me trae cierta paz, cierta certeza, ligera, quizás,
como ese canto movible, hermoso, similar
al vapor del hielo cuando se eleva
en el aire, lejos de nosotros, muy,
muy lejos de nosotros
cuando al fin seamos olvidados, y de nosotros
queden apenas algunas imágenes
vívidas, impersonales
y cada cosa permanezca
en su don.
Me perdí a mi misma. Aún no estoy segura
de lo que esto significa.
Yo estaba viendo extraviada
el horizonte de piedra. Una nube dibujó
tu gesto y un potrillo
dijo tu nombre. Sí. Tenías un nombre antes
de encontrarme y tendrás uno nuevo
después de perderte como todo se pierde
(de una manera hermosa en el paisaje)
El animal desapareció.
Seguí con mi vista su sombra pero vos
no estabas en el final.
Haberme perdido a mí misma se parece
a vivir en el sonido. ¿Entendés lo que digo?
Haré un círculo en la tierra con una rama
dentro de él una fogata convocaré
a las figuras que una vez estuvieron en mí
espontáneamente en mí, ellas
serán amables, sabrán
apagar el curso de mis pensamientos, poner
en su lugar
un cuenco, una nuez, una ráfaga
de aire.
Para estar en el auténtico sonido hay que
entrar en él. No vivir accidentalmente en él, sin un solo
momento de reposo. Mi alma
no tiene reposo. Todos los ojos de todas las criaturas en todos
los mundos son tus ojos. Sí. Seguí sus ojos pero vos
no estabas en el final.
Necesito que creas en mí. No con devoción sino
como se cree en el nuevo día. De modo que
mi alma viva así junto a la tuya en un flujo
común. No es tu silencio en el que debo permanecer sino
en el mío. Sin embargo
no concibo un alma separada;
todas las almas vienen de un lugar común.
La mía tribula. Se inquieta. Haberme perdido
a mi misma se parece a vivir en el sonido. Una vez
volteé, caminé, crecí entre las piedras
como los hongos y musgos, transformé
mis ojos en un horizonte de piedras, todo
lo que hubo de mí lo dejé
y aún
lo que no había llegado pero vos
no estabas en el final.
El cielo era tal como este. Las nubes
rosadas y pequeñas formándose con el primer rayo
de un sol apenas visible. Son como flores,
¿no te parece? Mi abuela despreciaba mi temprano romanticismo
pero me amaba a mí. La ternura está bien para los animales,
que luego serán asesinados. No es bueno matar un bicho
con dolor. Nos perseguirá su aullido y también
su mirada sanguínea. Porque su corazón
no es más elemental que nuestro corazón. Y con esto
yo imaginaba los caballos aéreos y miles de conejos
flotando encima del prado, las aguadas, un viento
también evidente en la noche por su estela dorada.
Y ninguna rama, ninguna rama. Porque los arbustos del monte
son bajos. Nacimos de la altura. Los órganos se apunan
pero luego se acostumbran y luego quieren más. Un dulce
temperamento, manso por la piedra, y solo por la distancia.
Todo esto lo heredé. Y sus ojos marcados. La convicción
de que todo está bien como es.